Cuando un niño recuerda su infancia suele evocar aromas, canciones, risas y miradas que lo hicieron sentirse seguro. En esa colección de memorias, la figura paterna ‒ya sea biológica, adoptiva o un referente afectivo masculino‒ tiene el poder de tejer hilos invisibles que sostienen la autoestima, la curiosidad y la esperanza. En la Fundación Amparo de Niños Juan XXIII hemos visto, día tras día, cómo la presencia activa de los padres multiplica los efectos de nuestras intervenciones psicosociales. Por eso hoy ponemos la lupa sobre la paternidad afectiva: un compromiso diario con el cuidado emocional que define el rumbo de la niñez y, por extensión, de la sociedad.
Ser padre hoy: más que proveedor
Durante décadas, a los hombres se les atribuyó el rol de “proveedor económico” y poco más. Sin embargo, las investigaciones de las últimas dos décadas dejaron claro que los ingresos no bastan para garantizar bienestar integral. La Organización Panamericana de la Salud, por ejemplo, ha subrayado que la implicación paterna reduce los factores de riesgo asociados a depresión infantil, violencia intrafamiliar y bajo rendimiento escolar. Ser padre, entonces, ya no se mide solo en moneda sino en tiempo, cercanía y coherencia afectiva.
El vínculo desde los primeros días
El apego seguro ‒esa sensación interna de “mi cuidador me ama y estará para mí”‒ se forja en los primeros mil días de vida. Cuando el padre participa en la lactancia ofreciendo contacto piel con piel, cantando nanas, cambiando pañales o calmando el llanto nocturno, el bebé registra una figura adicional de seguridad. Esto se traduce en menor ansiedad, mejor autorregulación emocional y un cerebro más receptivo al aprendizaje. No se trata de ayudar a la madre como si fuera su asistente, sino de ejercer la corresponsabilidad: ser un cuidador primario de la misma categoría.
Paternidad presente y neurodesarrollo
La ciencia neurológica confirma lo que el sentido común ya intuía: las caricias y la voz grave del padre estimulan zonas cerebrales ligadas al lenguaje y la exploración motora. Estudios de resonancia magnética funcional revelan que los bebés cuyos padres les hablan con frecuencia muestran mayor densidad sináptica en las áreas auditivas y prefrontales. Esto no significa que el padre se convierta en maestro oficial de gramática, sino que su simple interacción ‒narrar lo que cocina, describir un paisaje, leer un cuento‒ enriquece la arquitectura cerebral, preparando al niño para mejores habilidades de resolución de problemas y empatía.
Protección frente a la violencia y el abandono
En contextos de alta vulnerabilidad ‒como muchos de los que atendemos en Calarcá y municipios vecinos‒, la ausencia paterna suele entrelazarse con violencia doméstica, trabajo infantil y riesgo de explotación sexual. Un padre cercano funciona como “red de seguridad”: detecta señales de abuso, interviene con la autoridad que le otorga su rol y contribuye a que el niño internalice límites sanos. Además, la investigación muestra que los hijos de hombres involucrados desarrollan mayor autoestima y menor propensión a conductas agresivas, rompiendo círculos de violencia intergeneracional.
Rutinas que nutren: lo cotidiano importa
La crianza afectiva no se juega en grandes gestos esporádicos sino en pequeños rituales diarios:
- Desayunar juntos sin pantallas, conversando sobre lo que cada quien espera del día.
- Leer diez minutos antes de dormir, creando un puente imaginario hacia mundos lejanos.
- Escuchar activamente: cuando un hijo narra cómo le fue en el colegio, la tarea del padre es validar emociones antes que juzgar resultados.
- Jugar ‒aunque el cansancio pese‒ a la pelota, armar un rompecabezas o bailar canciones infantiles.
Estos momentos, sumados, envían el mensaje más poderoso: “importas, te veo y te respeto”.
Paternidad corresponsable y equitativa
Una crianza afectiva plena requiere que la pareja negocie roles desde la equidad de género. Si la mamá asiste a la reunión escolar, el papá puede llevar al control médico; si uno cocina, el otro baña; si uno corrige, el otro consuela. Este equilibrio beneficia a la niñez y también a los adultos, pues reduce la sobrecarga materna y fortalece la relación de pareja, generando un clima familiar sereno donde los hijos se sienten libres de explorar.
Barreras culturales y personales
En nuestra región persisten ideas arraigadas: “los hombres no lloran”, “la crianza es cosa de mujeres”, “demasiada ternura los hace débiles”. Tales mitos frenan la expresión emocional de los padres y, con ello, empobrecen el repertorio afectivo de los niños. Romperlos exige:
- Autoeducación: talleres de paternidad, lectura de libros sobre disciplina positiva, podcasts de psicología infantil.
- Redes de apoyo masculino: grupos de padres que comparten dudas sin miedo al juicio.
- Acompañamiento terapéutico: algunos cargan con historias de abandono o violencia que deben sanar para no replicarlas.
Padres en contextos de vulnerabilidad
En hogares con pobreza extrema, horarios laborales extenuantes o migración forzada, la presencia física del padre se vuelve un reto. Aquí cobra relevancia la creatividad: audios de voz diarios, videollamadas cortas pero significativas, cartas grabadas que el niño pueda escuchar al despertar. Un minuto de conexión genuina vale más que horas de convivencia desconectada. Además, las instituciones ‒escuelas, empresas, Estado‒ deben facilitar licencias parentales, horarios flexibles y jornadas de sensibilización que permitan ejercer la paternidad sin castigo económico.
Cómo apoyamos desde la Fundación Amparo de Niños Juan XXIII
En nuestra misión de “transformar vidas, sembrando esperanza”, hemos incorporado programas de Escuela de Padres con énfasis en equidad de género y apego seguro. Invitamos a los hombres de la comunidad a sesiones donde aprenden técnicas de regulación emocional, juegos de estimulación temprana y herramientas de disciplina respetuosa. Además, articulamos jornadas recreativas “Papá presente” en las que los padres comparten retos con sus hijos: sembrar un árbol, pintar un mural o cocinar juntos. El resultado es visible: las sonrisas se ensanchan, el comportamiento violento disminuye y la autoestima florece.
Si usted es papá, tío, abuelo o simplemente la figura masculina significativa de un niño, recuerde que ningún gesto es demasiado pequeño. Su abrazo matutino puede ser el escudo que proteja a ese niño de la duda y el miedo; su palabra de aliento puede convertirse en la chispa que despierte un talento; su disculpa sincera modela la humildad que mañana hará de él un adulto responsable. Y si siente que no sabe por dónde empezar, acérquese: en la Fundación Amparo de Niños Juan XXIII encontrará un equipo dispuesto a caminar a su lado.
Porque la paternidad afectiva no se hereda ni se improvisa; se aprende, se practica y se celebra. Hoy, más que nunca, los niños necesitan padres que miren a los ojos, escuchen con el corazón y actúen con ternura. Ese compromiso, aparentemente sencillo, puede cambiar la historia de una vida… y con ella la de todo un país.